Aunque me había planificado un verano en modo eco, al final siempre salen planes de los que te arrepientes toda la vida si los dejas pasar. Así que, os dejo un post donde cuento la escapada que nos hemos marcado a Cazorla.
Día 1. Huyendo del calor húmedo y veraniego de Elche, nos hemos escapado (8 personas) a la provincia de Jaén, más concretamente a Cazorla, un pueblo de poco más de 8.000 habitantes en pleno Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Desde Elche, y con una Volkswagen Transporter blanca de 9 plazas alquilada en Goldcar, nos hemos metido entre pecho y espalda (sobre todo de espalda) unas casi 5 horas de camino. Atravesando tres provincias (Murcia, Almería y Granada), sin contar Alicante y tampoco Jaén, te das cuenta de la gran extensión que posee el conjunto montañoso de los Sistemas Béticos.
La autovía es un trayecto monótono y poco entretenido pero con unos paisajes llamativos ya desde la primera parada (para cambiar de conductor); sin embargo, y retomando el trayecto poco después de pasar Baza con dirección a Pozo Alcón, la monotonía desaparece bruscamente. Si desde Elche al área de servicio donde paramos hicimos 2 horas y 15 minutos de trayecto, es decir, unos 250 kilómetros (más o menos), desde la salida dirección Pozo Alcón hasta Cazorla fueron otras 2 horas largas para hacer poco más de 100 kilómetros; así que os podéis imaginar que para llegar a nuestro destino se complica algo el camino. A los pocos kilómetros de la salida de la autovía empezamos a ver la gran lámina de agua del Embalse del Negratín, conduciendo por carreteras parcheadas por culpa de los desprendimientos de piedras (entre otros elementos), con numerosas curvas ciegas y casi todo en subida. Finalmente, cruzamos Pozo Alcón, Huesa y Quesada, el último pueblo antes de llegar a Cazorla.
Delimitando con Granada, la provincia de Jaén es considerada la capital mundial en la producción de aceite de oliva, lo cual queda demostrado con las vastas extensiones de campos cultivados de olivos, que se extienden hasta donde a uno le alcanza la vista. Mires donde mires verás olivos a tu alrededor, eso sí, milimétricamente separados en tramas rectilíneas, que los romanos implantaron en la época de su Imperio. Unos paisajes dignos de admiración. Así que, subiendo y bajando carreteras estrechas, custodiadas por estos árboles productores del conocido “oro líquido”, se vislumbra a la derecha y enclavado en la montaña el típico pueblo andaluz de postal, de casas blancas y, en este caso, con tejados a dos aguas debido a las nieves invernales. Habíamos llegado a nuestro destino, Cazorla. Si nunca has estado en este pueblo te diré, como consejo, que te desplaces en un coche pequeño. ¿Por qué? Pues porque en Cazorla lo único que hay llano (o plano) son los suelos de las casas. Las calles son estrechas y endiabladamente empinadas y se hacen más complicadas cuando llevas un gran vehículo cargado hasta arriba de maletas. O a lo mejor estoy exagerando y es porque era la primera vez que conducía un “bicho” como la Transporter. Lo que más me llamó la atención, seguido de las cuestas, fue la amabilidad de la gente, una cualidad que en las ciudades se está perdiendo un poco.
Siguiendo las (muy buenas) indicaciones y tras una consulta rápida desde la ventanilla, llegamos al Hotel Peña de los Halcones, donde teníamos reservada una villa para 8 personas: cuatro habitaciones con baño propio y aire acondicionado en cada una, con una cocina con todo tipo de utensilios y electrodomésticos, y una gran salón con chimenea.
Tras hacer el checkin y vaciar el “bicho”, nos dejamos caer cuesta abajo hasta llegar a la Plaza de la Corredera y, desde allí, al Balcón de las Herrerías, un espectacular mirador desde el que contemplar el Castillo de la Yedra (que vigila parte del Casco Antiguo de Cazorla) y terminamos en la Plaza de Santa María o Plaza Vieja, rodeada de restaurantes, asadores y braserías de menú esperando captar a los hambrientos turistas; así que, allí hicimos una parada de avituallamiento y refresco. Huyendo de un calor húmedo nos encontramos con uno seco. La tapa que nos pusieron nos abrió el estómago y como no era muy allá y la competencia es muy dura, decidimos comer al mejor postor, es decir, en el Mesón Cristina. A la sombra de un árbol y con pulverizadores para refrescar el ambiente, nos sirvieron de primero: salmorejo, croquetas caseras y ensalada, de segundo: trucha serrana, cordero a la brasa y huevos a la cazorleña, una jarra de cerveza y otra de tinto de verano, y los respectivos postres (profiteroles, helado y tarta de chocolate). Por 11 € por cabeza llenamos el estómago en condiciones. Pero todo lo que habíamos bajado teníamos que volver a subirlo y a las tres de la tarde es una proeza digna sólo de los elegidos. Al llegar al hotel, su piscina nos esperaba con los brazos abiertos, y esta fue correspondida con creces, aunque el día había sido intenso desde las 5.30 de la mañana, así que descansar para la siguiente jornada fue la elección unánime del personal.
Día 2. Cuando viajo necesito aprovechar el tiempo, y lo mejor es madrugar para que el día se te haga lo más largo y, al mismo tiempo, lo más corto posible. Tras coger fuerzas con el desayuno, nos dirigimos hacia La Iruela, lugar donde se encontraba la empresa de turismo activo TierrAventura que habíamos contratado para realizar un descenso de cañones por el río Gualdalquivir, en el mayor espacio protegido de España, el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. De allí nos desplazamos varios vehículos hasta llegar cerca de Arroyo Frío, desde donde íbamos a comenzar la actividad. Nuestros monitores Pedri y Laura nos dieron todas las instrucciones de seguridad antes de partir hacia la Cerrada del Utrero. Los 20 minutos de subida, con dos paradas explicativas, se hicieron eternos, pero ese esfuerzo iba a merecer mucho la pena, ya que al llegar al punto de partida para el descenso estábamos eufóricos y con unas ganas tremendas de empezar. Y así fuimos entrando en pequeñas pozas para coger temperatura con el traje de neopreno, realizando los primeros descensos y saltos que se iban complicando poco a poco, hasta llegar a un salto de unos 7 metros de altura que algunos (entre los que me incluyo) no hicimos, a pesar de que nuestra seguridad no corrió peligro en ningún momento. Las aguas de las pozas eran de un color turquesa espectacular, transparentes, con unas caídas de agua en forma de cascada que habían erosionado curiosamente la piedra caliza. Los insectos y pequeños peces eran los dueños del cauce. De un momento a otro nos encontramos en contacto con una naturaleza virgen que pocos habíamos tenido la oportunidad de conocer. Así, y tras casi 4 horas de actividad, nos dejamos caer rappelando una pared vertical para después deslizarnos por una cavidad oscura y redondeada que salía hacia la última poza del trayecto. Ya abajo, una foto para el recuerdo de todos los integrantes del grupo que realizamos la actividad.
El camino de vuelta a la villa para recuperar fuerzas se hizo más corto y menos complicado, aunque a punto estuvimos de atropellar a una cabra que se encontraba en el centro de una curva ciega; la naturaleza en todo su esplendor.
Tras la comida y el respectivo descanso, bajamos a la Iglesia de Santa María para realizar una visita que el perro Relámpago y el guía Jesús nos hicieron por las ruinas de la iglesia y la bóveda sobre el río Cerezuelo. Es la obra arquitectónica más emblemática de Cazorla, tanto por su traza como por el lugar en el que se levanta, ya que se tuvo que cortar la roca del propio cerro para hacer de muro en la parte este y, además, solventar el problema de incomunicación de las dos márgenes del río con la construcción de una impresionante bóveda de medio cañón, que se adapta a los desniveles del río. Según el guía es la única iglesia de España construida íntegramente sobre un río, contando también con una escalera de caracol tan sólo comparable con la escalera de la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona.
Después de esta gratificante visita nos dirigimos a Casa Julián para hacer algo de hambre con unas tapas: la primera fue de lomo a la plancha con pimiento verde y la segunda unos calamares. De allí nos subimos a la villa, pero antes pedimos la cena (de verdad) en la pizzería que teníamos justo debajo, propiedad del mismo hotel, y que 20 minutos más tarde nos llevaron a la villa, con unas croquetas regalo de la casa. Personalmente tengo que reconocer (aunque fue unánime) que estaban muy buenas, tanto las pizzas como las croquetas, y que el precio era muy ajustado.
Día 3. Nunca está de más bajar al pueblo a primera hora de la mañana con la temperatura perfecta de ni-frío-ni-calor a comprar el desayuno y el periódico; volver a subir se hace menos pesado (gracias a la buena temperatura). Desayunamos y cogimos fuerzas con el fin de pasar una mañana de castillos. De este modo nos dirigimos (otra vez) a La Iruela, un pequeño pueblo situado en una pendiente y a 1 kilómetro de Cazorla, con empinadas calles y viejas tradiciones que se remontan hasta tiempos de la reconquista. Subimos al Castillo de La Iruela (de origen árabe-medieval) que es desde el siglo XIII, sede de la orden de los caballeros templarios; además, dentro del recinto del castillo se encuentra la Iglesia de Santo Domingo de Silos del siglo XVI, que los franceses incendiaron en la Guerra de la Independencia y que más tarde se convirtió en cementerio. Pero nuestra curiosidad por este castillo y la iglesia proviene de una leyenda conocida como el Camino de los Muertos. Según cuentan, entre los siglos XVII y XX había una senda que tenía el uso exclusivo de una siniestra comitiva de encapuchados que salía desde La Iruela y se encargaba de recuperar los cadáveres de los fallecidos en el interior de la sierra, los cuales debían ser enterrados en el antiguo cementerio del pueblo. Dicen que los encapuchados hacían el trayecto de noche para no cruzarse con ningún vecino por el camino, puesto que eso vaticinaba alguna desgracia para el desafortunado que se cruzara con la comitiva de la muerte. Te pone los pelos de punta. Gran parte del conjunto está siendo restaurado y tuvimos la suerte de que unos obreros, que se encontraban allí trabajando, nos dejaran acceder por unos minutos al interior de la iglesia para poder observar los nichos y tumbas donde estaban (ahora ya no) enterrados los muertos de la leyenda.
Después de visitar el conjunto de La Iruela, nos desplazamos a Cazorla para visitar el Castillo de la Yedra, una construcción de época musulmana que fue terminado por los cristianos, razón por la cual predomina el estilo gótico; actualmente, es la sede del Museo de Artes y Costumbres Populares del Alto Guadalquivir. La visita es gratuita para ciudadanos de la Unión Europea y además se realiza con un guía, el cual nos lleva por la sección histórica: capilla, Sala de Armas y Sala Noble; y por la sección de artes y costumbres populares. Como curiosidad, este castillo es el escenario principal de la leyenda de La Tragantía.
Siendo la hora de comer, bajamos del castillo para dirigirnos a un restaurante que vimos de camino a realizar la actividad del día 2. Pero antes de eso, las estrechas calles de Cazorla iban a dejarnos un recuerdo perpetuo: con los retrovisores del “bicho” recogidos y pasando milimétricamente cerca de las paredes, llegamos a un punto donde perdimos un retrovisor y le hice un “picasso” al portón de atrás; menos mal que estaba a todo riesgo…
Retomamos el tema. Pasando La Iruela y Burunchel se encuentra enclavado en medio de la sierra el Hotel Rural La Calerilla que por 13 € ofrece un menú muy completo y con unas vistas al valle espectaculares. Pero algunos pensamos que pedirnos un solomillo de ciervo con salsa a la pimienta o a la brasa sería una opción mucho mejor. ¿Quién sabe cuando íbamos a poder volver? Así que no podíamos dejar pasar esta oportunidad. Nos pusieron una bandeja, y no un plato, donde cupiese el solomillo de ciervo al punto y la guarnición de patatas a lo pobre, una carne tierna y rosada por dentro, con un sabor que no había tenido la oportunidad de disfrutar antes. Una delicia para el paladar y los 20 € mejor invertidos desde hacía mucho tiempo.
Con el estómago lleno volvimos a la villa y, tras un descanso, nos dejamos caer para comprar algunos recuerdos, lotería de navidad, y además tomar la última tapa cazorleña: una rebanada de pan con bacon envolviendo una gamba, una marea de contrastes no siempre al gusto de todos.
Día 4. El último día dio para madrugar y hacer unas tortillas de patatas con salchichas para comérnoslas en el Embalse del Negratín, ya que es un peligro dejar el “bicho” lleno de maletas en cualquier sitio y a los ojos (y manos) de cualquiera. Recogimos la villa, emparejando (o haciendo un Tetris) las maletas y demás bártulos, hicimos el checkout y dejamos atrás Cazorla con la sensación de no ser la última vez que pase por allí. Me llevo una buena sensación de la preocupación de la Junta de Andalucía en materia turística (por ejemplo, los paneles explicativos para invidentes), del sello Turismo en Cazorla convertido en referente a la hora de elegir los establecimientos (aunque siempre te pueden sorprender en cualquier sitio), de su excelente gastronomía, del cuidado patrimonio arquitectónico e histórico y su magnífico estado de conservación, de respirar naturaleza cada mañana y del bullicio constante (pero no excesivo) que se vive en sus calles, pero sobre todo de la amabilidad de los habitantes y del conocimiento que tienen de su pueblo (que de esto deberían aprender otros).
Si no habéis estado os lo recomiendo, y para los que lo conozcáis, qué os voy a decir, seguro que habéis salido con las mismas sensaciones que yo, y probablemente hayáis repetido.
Curiosamente he leído un poco acerca de esas procesiones de encapuchados que recogían a los muertos para enterrarlos, pues la leyenda no es exclusiva de Cazorla. Resulta que esta historia de fantasmas se originó en Alemania en el siglo X, cuando el dios de los muertos acompañaba a las almas en pena en desfile o procesión al mundo de los muertos; más tarde fue Odín el que los dirigía y, ya en época cristiana, el Diablo. Cuando esta leyenda llegó por primera vez a España, los cortejos de almas fueron conocidos como «mala güeste», cuya traducción es «ejército de demonios». Diversos sitios de nuestros país han hecho propio este mito, como ocurre con «As Lumbretas» del Pirineo aragonés o las Cabalgadas de Cantabria y Cataluña.
Al igual que la comitiva de encapuchados de La Iruela, los cortejos de fantasmas se movían con luces o velas en las manos y de forma violenta, por lo que, cuando un humano se cruzaba en su camino, podía salir muy mal parado. Su objetivo era recoger las almas de los muertos de sus hogares, aunque en ocasiones también se dedicaban a hacer diabluras. Un ejemplo de ello es la Cabalgada del Conde Arnau de Cataluña, quien, en el aniversario de su fallecimiento, se levantaba de la tumba con todos sus sirvientes para comenzar una cacería, arrollando todo lo que encontraba a su paso.
Como siempre, muchísimas gracias por tu gran aporte Marian Tristán!
Nunca te acostarás sin saber dos o tres cosas más! ;-)
Muy buen post tanto el tuyo Juando, como el de Mariángeles! Nada más que añadir. Bueno sí, una cosa: cuando el guía Jesús dijo lo de q era la única Iglesia de España… creo q dijo de España y de Europa. O puede q lo mezclara yo con otra cosa q dijo, ahora estoy dudando jeje. En serio muy, muy buen post.
P.D. Q bueno q estaba el ciervo…
Gracias Rebeca por tu comentario!
La verdad es que cuando dijo que era la única iglesia construida sobre un río, pensé que era sólo de España. De todas formas, puede ser que también sea la única de Europa; tendré que investigarlo, ya que es algo muy curioso.
Joer está todo!! hasta los autores de las fotos; un máquina, sí señor. Enhorabuena por el post.
Gracias por el comentario Alejandro, se hace lo que se puede! ;-)