En mi primer año de carrera, apareció en los apuntes de una asignatura la imagen que ves a la derecha. A simple vista parece un un pequeño autobús con turistas, pero si te fijas verás por donde está haciendo el tour. Sí, es un cementerio, concretamente el Arlington National Cemetery en Estados Unidos, un ejemplo de que si ampliamos la mirada (turística) podemos convertir cualquier elemento en un recurso turístico importante, en este caso con nicho propio: el turismo oscuro o dark tourism.
Los expertos definen el turismo oscuro como «la fascinación o curiosidad que pueden sentir las personas normales y corrientes por visitar lugares asociados a la muerte«. Se podría decir que este tipo de turismo surge en las sociedades modernas y occidentalizadas debido a la necesidad que tienen las personas, en determinados momentos de su vida, de mirar cara a cara a la muerte: cementerios, escenarios de catástrofes, tragedias y desastres, accidentes, guerras, etc. Pero no caigamos en el error, desde que existen documentos escritos, se sabe que existe un turismo oscuro, aunque no con estas mismas palabras. Por ejemplo, durante el Imperio Romano, la gente iba al circo para ver morir a los gladiadores. Más tarde, con la llegada del cristianismo, muchas personas recorrían largas distancias para visitar tumbas de santos o sus reliquias. En la Edad Media, las plazas en las que se celebraban ejecuciones y ahorcamientos públicos estaban muy concurridas. Históricamente, lo macabro siempre ha tenido audiencia y ahora mucha más.
Es verdad que este tipo de turismo puede levantar ampollas a los locales y a los familiares de las víctimas, ya que muchos lo verán como una falta de respeto hacia el sufrimiento que han vivido. Personalmente, debería considerarse como una manera de rendirles homenaje y como forma de mantener viva la memoria para que no se vuelvan a repetir estos fatídicos acontecimientos. Eso sí, desde el mayor respeto posible.
Yo mismo he practicado (sin darme cuenta) el turismo oscuro este mismo año, en el post de mi visita a Cazorla puedes comprobarlo. Pero hay muchos más ejemplos, por desgracia: la Zona Cero de Nueva York tras los atentados del 11-S; los campos de concentración de Auschwitz y Mauthausen; el museo de la prisión camboyana de Tuol Sleng; el cementerio de Père Lachaise y el Puente de l’Alma en París; Pompeya en Italia; Hiroshima y Fukushima en Japón; Chernobyl en Ucrania; la costa de Normandía en Francia y de Pearl Harbour en Hawai; el barrio de Whitechapel en Londres; Nankín en China; Fago en Aragón y Lorca en Murcia; y así podría estar hasta mañana poniendo ejemplos.
Se podría decir que la muerte nos atrae, no el acto de morir, sino todo lo que le rodea. No podremos asistir a un funeral sin sentir pena, pero sí podremos ver y disfrutar películas sobre accidentes aéreos o catástrofes naturales donde la gente ‘también muere’. En nuestra vida cotidiana se nos oculta la muerte y nosotros como seres curiosos la buscamos (algunos de forma directa, otros no) yendo a exposiciones o atracciones donde se represente la muerte, probablemente bajo una capa educativa o histórica, incluso de entretenimiento. Según algunos expertos «las personas están ávidas de ‘consumir la muerte’ como si fuera una mercancía porque se cree que es un modo de corregir el desequilibrio y la ansiedad causadas por el secuestro institucional de la muerte«, por eso cuando estamos en determinados destinos, sentimos el impulso de ir a visitar ciertos lugares: cementerios, un museo del horror, el punto exacto donde falleció un personaje famoso, el sitio donde se cometió un atentado, un campo de exterminio, el escenario de una batalla sangrienta , etc. Nos gustan las experiencias oscuras, sin tener ninguna perversión oculta ni tampoco problemas mentales.
Para terminar, sólo me queda preguntarte, ¿has practicado este tipo de turismo alguna vez?
Fíjate tú! No sabía que se le conocía como «turismo oscuro». Yo siempre he querido visitar Alemania, aparte de por todo lo que ofrece, por ver los campos de concentración, las trincheras y el Muro de Berlín. Y sí, lo he practicado sin saberlo… Para empezar visité «por gusto» el cementerio viejo de Elche, luego cuando estuvimos en Cazorla como tú has dicho, en Norwich visité una catedral y una iglesia con sus respectivos cementerios en el Jardín, en Nottingham creo que también, y en NY por supuesto a la Zona Cero, q encima fui el mismo 11 de septiembre (de otro año…) y vi la gala de conmemoración/recuerdo. Y seguro q en más sitios, me encantan esas cosas… (al menos no soy macabra, es algo «normal» al parecer).
Gracias por tu comentario Rebeca! ;-)
Inconscientemente la mayoría lo hemos practicado, quizá dentro de un turismo más genérico como el cultural. Por ejemplo, en Alcoy y en Cartagena se encuentran los refugios que se construyeron en la Guerra Civil, están musealizados y son visitables. Te los recomiendo.
Supongo que son catástrofes que nos llaman la atención por históricas, por el sufrimiento vivido en ellas… Pensándolo friamente es un poco macabro e incluso «masoca», pues los seres humanos nos recreamos una y otra vez en la muerte, en la incertidumbre que nos provoca. Pero, ¿quién no iría a ver los campos de exterminio de Auschwitz si tiene la oportunidad de hacerlo? Siempre desde el respeto hacia aquellas personas que murieron en esas horribles circunstancias, claro está.
Juando, tengo una duda: ¿qué pasó en Fago (Aragón)? Sé que podría buscarlo en Internet, pero prefiero que me lo expliques tú…
Todo lo relacionado con la muerte nos gusta y si ha ocurrido en «extrañas circunstancias» ya ni te cuento.
Fago es un pequeño pueblo de Huesca que hace unos años estuvo en todos las noticias porque uno de sus habitantes asesinó al alcalde con una escopeta de caza. Hasta se llegó a hacer una serie y el juicio fue bastante mediático. Y claro está, esto sitúa a Fago en el mapa, turístico o no.
Gracias Marian por tu comentario! ;-)